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Miguel Braun & Lucas Llach

Cuando se incorpora la idea de que las economías crecen, y que lo hacen a tasas que pueden llegar a ser tan altas como para hacer rico a un país no muy rico en el curso de una generación, muchos de los dilemas que se presentan en las discusiones públicas sobre temas económicos desaparecen o quedan en un segundo plano. En particular, se resiente la idea de que la economía es un juego de suma cero, es decir, una situación en la que la ganancia de unos implica necesariamente pérdidas para otros (como sí ocurre, por ejemplo, entre equipos que participan de un campeonato de fútbol o entre la banca y el jugador en un casino). Por tomar un caso típico: la idea de que necesariamente hay un conflicto de clase entre empresarios y trabajadores queda relativizada cuando se comprueba que, si existe crecimiento económico, unos y otros pueden mejorar sus ingresos (lo cual no quita sentido a la pregunta sobre cuánto recibirá cada una de las partes del aumento en el ingreso total). De la misma manera, el crecimiento permite al gobierno obtener una mayor recaudación de impuestos sin necesidad de incrementar las tasas impositivas que cobra el sector privado de la economía. El crecimiento económico puede, también, hacer lugar para las distintas actividades productivas sin que sea necesario que pierdan unas para que ganen otras: con crecimiento, las grandes empresas pueden aumentar su facturación sin que ello disminuya el de las medianas y pequeñas; los supermercados pueden crecer sin perjudicar a los almacenes; las industrias manufactureras pueden prosperar en armonía con las rurales o las de servicios.

Miguel Braun & Lucas Llach, Macroeconomía argentina: Manual para (tratar de) comprender el país, 3rd ed., Buenos Aires, 2018, sect. 2.4

Thomas Schelling

The book has had a good reception, and many have cheered me by telling me they liked it or learned from it. But the response that warms me most after twenty years is the late John Strachey’s. John Strachey, whose books I had read in college, had been an outstanding Marxist economist in the 1930s. After the war he had been defense minister in Britain’s Labor Government. Some of us at Harvard’s Center for International Affairs invited him to visit because he was writing a book on disarmament and arms control. When he called on me he exclaimed how much this book had done for his thinking, and as he talked with enthusiasm I tried to guess which of my sophisticated ideas in which chapters had made so much difference to him. It turned out it wasn’t any particular idea in any particular chapter. Until he read this book, he had simply not comprehended that an inherently non-zero-sum conflict could exist. He had known that conflict could coexist with common interest but had thought, or taken for granted, that they were essentially separable, not aspects of an integral structure. A scholar concerned with monopoly capitalism and class struggle, nuclear strategy and alliance politics, working late in his career on arms control and peacemaking, had tumbled, in reading my book, to an idea so rudimentary that I hadn’t even known it wasn’t obvious.

Thomas Schelling, The Strategy of Conflict, Cambridge, Massachusetts, 1960, pp. vi-vii [‘Preface to the 1980 edition’]