Category Archives: Adolfo Bioy Casares

Adolfo Bioy Casares

Borges me llama desde su casa y me refiere: «Madre y yo nos volvimos en taxi. Apenas subimos al automóvil, fue como andar en una montaña rusa. El hombre estaba borracho. La última vez que estuvo a punto de chocar fue en la puerta de casa, donde felizmente quedó en llanta. Madre y yo estábamos jadeantes. Entonces el destino nos deparó uno de los momentos más felices de la Historia argentina. Protestando contra todos los que pudo atropellar, el chofer, con voz aguardentera, crapulosa, recitó: “Hijos de Espejo, de Astorgano, de Perón, de Eva Perón, de Alsogaray y de todos los ladrones hijos de una tal por cual”. ¿Te das cuenta? ¡Si un hombre así está con nosotros hay esperanzas para la Patria!»

Adolfo Bioy Casares, Borges, Barcelona, 2006, p. 868

Adolfo Bioy Casares

Qué importa que queden mis libros. Sobrevivir espiritualmente en la obra. Qué tontería. Voy a estar muerto, me dicen, pero seguiré viviendo. Mentira. No soy tan vanidoso como para dejarme engañar.

Adolfo Bioy Casares, quoted in Silvia Renée Arias, Bioygrafía: vida y obra de Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, 2016, p. 21

Adolfo Bioy Casares

Borges recuerda a una muchacha que le dijo: «Esa mañana, en Córdoba, fui a tomar el tren a Contitución (sic)». BOR­GES: «¿Cómo, en Córdoba, Constitución?». LA MUCHACHA (con impaciencia): «Yo llamo a todas las estaciones Contitución». Comentario de Borges: «Inmediatamente me enamoré».

Adolfo Bioy Casares, Borges, Barcelona, 2006, p. 793

Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Paradójicamente, los detractores más implacables de las novelas policiales, suelen ser aquellas personas que más se deleitan en su lectura. Ello se debe, quizá, a un inconfesado prejuicio puritano: considerar que un acto puramente agradable no puede ser meritorio.

Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares, ‘El séptimo círculo’, in Museo: textos inéditos, Buenos Aires, 2002, p. 112

Adolfo Bioy Casares

Cuando concluye el día hago el balance. Si escribí algo no demasiado estúpido, si leí, si fui al cine, si estuve en cama con una mujer, si jugué al tenis, si anduve recorriendo campo a caballo, si inventé una historia o parte de una historia, si reflexioné apropiadamente sobre hechos o dichos, aun si conseguí un dístico, probablemente sienta justificado el día. Cuando todo eso falta, me parece que el día no justifica mi permanencia en el mundo.

Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes: diarios íntimos, Buenos Aires, 2001, p. 273

Adolfo Bioy Casares

Sueño que estoy en París. De pronto descubro con agrado, con la nostalgia del que está lejos de su tierra, que ando por casas y plazas de Buenos Aires. “¿No te has enterado?”, me preguntan. “Hasta el lunes Buenos Aires está en París.”

Adolfo Bioy Casares, en Claudio Martino (ed.), ABC de Adolfo Bioy Casares: reflexiones y anotaciones tomadas de su obra, Buenos Aires, 1989, p. 194

Adolfo Bioy Casares

–¿Qué haría usted si supiera con seguridad que un día determinado acaba el mundo?

–No diría nada, por causa de las criaturas–respondió Ramírez–, pero dejaría anotado en un papelito que en el día de la fecha era el fin del mundo, para que vieran que yo lo sabía.

Adolfo Bioy Casares, ‘Tema del fin del mundo’, in Guirnalda con amores, Buenos Aires, 1959, p. 99

Adolfo Bioy Casares

No imaginen que yo estuviera ansioso por conducir a Perla a uno de esos antros costosísimos, pero el caballero se reconoce en que apechuga de tarde en tarde. Por lo demás yo especulaba con las relevantes ventajas que en la ocasión proporcionan tales comercios: la infalible mecánica del alcohol, de la oscuridad y del baile, a la par de las oportunidades de pellizcar, al amparo de la oscuridad mencionada, mis bocaditos de aceitunas, queso y maní.

Adolfo Bioy Casares, ‘Ad porcos‘, in Historias de amor, Buenos Aires, 2004, p. 191

Adolfo Bioy Casares

Entre las cosas maravillosas que se manifiestan en la posesión algunas duran toda la vida, otras un instante. […] Fugaces: luego de una larga ausencia, en el primer despertar en el campo, la luz del día en las hendijas de la ventana; en medio de la noche, despertar cuando el tren para en una estación y oír desde la cama del compartimiento la voz de gente que habla en el andén; al cabo de días de navegación tormentosa, despertar una mañana en el barco inmóvil, acercarse al ojo de buey y ver el puerto de una ciudad desconocida[.]

Adolfo Bioy Casares, De las cosas maravillosas, Buenos Aires, 1999, pp. 17-18

Adolfo Bioy Casares

Mi pensamiento es pesimista; mi sentido vital es optimista. A mí me encanta la vida, yo me divierto con vivir. Si oigo una frase que me hace gracia, estoy contentísimo; si he soñado un sueño que me parece divertido, de algún modo estoy encantado; si se me ocurre una idea, lo mismo… Me gusta leer, me gusta ir al cine… Yo tengo la impresión de que, cuando hago el balance de mis días, en general puedo decir que me he divertido y que, en los días estériles, tampoco lo pasé tan mal. En cambio, si yo reflexiono sobre la vida, pienso que nada tiene demasiada importancia porque seremos olvidados y desapareceremos definitivamente. Eso es lo que yo pienso. Yo creo que nuestra inmortalidad literaria es a corto plazo, porque un día habrá tanta gete, que no se podrán acordar de todos los escritores que hubo en un momento. O se acordarán muy imperfectamente. Ya no seremos materia de placer para nadie: seremos materia de estudio para ciertos especialistas, que quieran estudiar tal y tal tendencia de la literatura argentina de tal año. Y, después de todo eso, un día la Tierra chocará con algo, ya que la Tierra, como todas las cosas de este mundo, es finita. Un día desaparecerá la Tierra, y entonces no quedará el recuerdo de Shakespeare, y menos aún el de nosotros. Así que pienso que, teniendo en cuenta todas estas cosas, nada de la vida es muy importante. Entonces, yo casi podría reducir la importancia de la vida a una idea: la idea de que son importantes las cosas que, por lo menos, nos hacen estar complacidos. Vale decir: a mí, por ejemplo, me duele algo que es cruel o es deshonesto. O inclusive algo que sea desconsiderado con otra persona: eso me duele. Entonces, salvo hacer esas cosas y salvo hacer las que dan placer y dan alegría, nada tendría importancia.

Adolfo Bioy Casares, in Fernando Sorrentino, Siete conversaciones con Adolfo Bioy Casares, Buenos Aires, 1992, pp. 240-241

Adolfo Bioy Casares

Pensé alguna vez que mi cara no era la que yo hubiera elegido. Entonces me pregunté cuál hubiera elegido y descubrí que no me convenía ninguna. La del joven del guante, de Tiziano, admirable en el cuadro, no me pareció adecuada, por corresponder a un hombre cuyo género de vida no deseaba para mí, pues intuía que en él la actividad física prevalecía en exceso. Los santos pecaban del defecto opuesto: eran demasiado sedentarios. A Dios padre lo encontré solemne. Las caras de los pensadores se me antojaron poco saludables y las de los boxeadores, poco sutiles. Las caras que realmente me gustan son de mujer; para cambiarlas por la mía no sirven.

Adolfo Bioy Casares, ‘Yo y mi cara’, in Sara Facio y Alicia D’Amico (eds.), Retratos y autorretratos, Buenos Aires, 1973

Adolfo Bioy Casares

Una chica excepcional. Me atreví a preguntar:

—¿Y por qué usted la encontraba tan excepcional?

—Mire—me dijo—: a mí me gustaba mucho, en ese momento la prefería a cualquier otra cosa, lo que ya es encontrarla excepcional, aunque sea de acuerdo al criterio, menos arbitrario que misterioso, de nuestras preferencias.

Adolfo Bioy Casares, Descanso de caminantes: diarios íntimos, Buenos Aires, 2001, p. 25